Tan-tan-tatan… ¿Qué haces si tu pareja de repente te mira con ojos brillantes y saca la cajita con el anillo que tanto viste en las películas? En nuestro caso, más que en el glorioso “sí” pensamos si estamos en el país correcto para casarnos. Unas líneas acerca del matrimonio igualitario en latinoamérica.
Ponerse de novio es relativamente fácil. Es un “sí” amoroso, febril, casi excitante. Una aventura que durar· algunos meses, o quizás, años.
Sin duda la versión extrema de esa aventura es el compromiso y posteriormente el matrimonio igualitario o unión civil para nuestra comunidad, dependiendo del país en el que te encuentres, y sobre todo, si te lo permiten.
Y es que este tipo de unión legal entre dos personas es todo un acontecimiento en el imaginario social y sucede en la mayorÌa de las culturas desde tiempos inmemorables.
Aunque desafortunadamente para nuestra comunidad es un vínculo patriarcalizado y heterosexualizado por la sociedad común. De manera que, en el caso de que tú y tu pareja quieran dar el gran paso deben contar con la suerte de que el vínculo sea legal en el país donde se encuentren.
Esto se debe, entre otras razones, a que algunas instituciones (casi empresas e imperios socio-económicos) insisten en que es un derecho de pocos. La Iglesia Católica, por ejemplo, considera al matrimonio como una “institución sagrada” que sólo puede estar constituida por un hombre y una mujer según “mandato divino” en su afán por seguir negando que la naturaleza humana es más compleja y no se reduce a la maniquea noción de heterosexualidad. Se olvidan de una gran porción de la humanidad no-heterosexual, y somos muchos.
Olvidan que, desde el punto de vista antropológico, la figura de matrimonio se considera simplemente una unión entre dos personas con la finalidad de constituir una familia -que aspira con dicha unión a amparos y derechos legales otorgados por el estado- y a legitimar su descendencia.
Cuando dos personas del mismo sexo deciden unirse a nivel legal, por ley -por el hecho de ser ciudadanos- les deberían corresponder los mismos derechos que a una pareja heterosexual.
Derechos básicos como créditos financieros otorgados a parejas, bienes raíces compartidos, asistencia médica común, la tenencia compartida de hijos naturales o adoptados, las sucesiones y pensiones en caso del fallecimiento de alguno de los dos, en fin. El ser reconocidos por el estado de modo que puedan gozar de todos los derechos como una pareja legal.
A la fecha, solamente dieciocho países del mundo aprobaron el matrimonio igualitario. Según cifras de ILGA Mundial (la Asociación Internacional de Gays, Lesbianas, Transexuales e Intersex) en Latinoamérica solamente Argentina, Brasil, Uruguay y algunos estados de México reconocen legalmente la figura de matrimonio entre dos personas del mismo sexo.
En los demás países de la región y del mundo hay figuras que no llegan a otorgar los mismos derechos que obtienen las parejas del sexo contrario al casarse como la unión civil, por ejemplo. Derechos que nos corresponden a todos y todas, porque no somos sub-humanos.
Así que, la lucha de organizaciones LGBTIQ a favor del matrimonio igualitario para todos y todas, debería ser también tuya. Aunque no lo quieras para tu vida o ni siquiera te lo hayas planteado, por lo menos tendrías la opción de elegir. Es un derecho y, como tal, deberías tenerlo.
Numerosos estudios realizados en prestigiosas universidades sobre matrimonio igualitario, afirman que tras los resultados, las relaciones heterosexuales y homosexuales no se diferencian en sus dimensiones psicológicas fundamentales. Que la orientación sexual de un progenitor o padre adoptante no guarda relación alguna con su habilidad para proporcionar un entorno familiar sano y cultivado.
Es más, el psicólogo de la Universidad de California, Dr. Gregory Hereck afirma que el matrimonio otorga beneficios psicológicos, sociales y de salud sustanciales dado que, según sus estudios, reduce la agresividad masculina y la promiscuidad.
Negarle el reconocimiento jurídico a parejas homoparentales y a sus hijos es violentarles los derechos más fundamentales. Es elegir por nosotros y seguir apartándonos como si fuéramos ciudadanos de segunda clase.
¿Qué piensas al respecto? Comenta tus pensamientos y comparte esta historia en las redes sociales, quizás alguien pueda sentirse identificado.
-Koch.