En Manhunt queremos llevarte al límite. Disfruta del relato erótico que te ofrecemos a continuación.
La noche estallaba en silbidos. El departamento de al lado se quemaba y yo puteaba de arriba a abajo. No podían sacarme de casa con el calor infernal que hacía afuera… y allí estaba el vecino: estúpido, mirando impávidamente cómo chirriaba su última colección de discos. Bajamos raudos a planta baja sintiéndonos partícipes de un gran acontecimiento, con los ojos inyectados de vida por la desgracia ajena. Invictos, porque no eran nuestras cosas, no era nuestro departamento. Yo sacaba las cuentas de cuánto tardarían en sosegar las flamas ardientes que salían de la ventana. La escena parecía un cómic ochentero.
Todo me aburría, hasta que divisé en el medio de los uniformes oscuros a un bombón de ojos claros, tiznado y sudoroso, que apretaba los dientes mientras desenrollaba la manguera auxiliar del auto de bomberos. Hicimos contacto visual cuando me pasó al lado, y manguera al hombro, me quiso embrujar con una sonrisa, ¿pero quién te pensás que sos? ¿cómo podés sonreír así mientras a mi vecino se le prende hasta el alma? Mi-ve-ci-no ¡semejante tragedia y a este hombre se le ocurre sonreír! Je suis el vecino, todos los vecinos indignados. Alcanzo a salir de mi delirio exagerado y me pregunto ¿porqué todos los bomberos están tan buenos?…
Si tenés la extraña habilidad de desarmar gente con una sonrisa, cuenta con un buen oral de mi parte. Las sonrisas poderosas me pueden. Pobre hombre… subía y bajaba repetidamente para salvarnos las vidas y mis vecinos le agradecían rumoreando entre sí sobre la tragedia, que cuán cerca estaban del departamento chamuscado, que seguro el dueño del depto lo hizo a propósito, que esto, que lo otro, y hasta se sacaban selfies con las ventanas humeantes.
Hasta que el héroe nacional se bajó el cierre del overall y dejó el torso vikingo a merced de nuestras miradas furibundas. Podría jurar que todos los semáforos de la ciudad se pusieron en rojo y no se movió una sola hoja de ningún árbol, salvo los pliegues rosados del baby-doll vulgar de la vecina que inmediatamente le echó el ojo a mi macho descamisado mientras se comía las uñas. Todo muy lindo pero ese macho es mío, pensé.
“Necesitamos entrar por el departamento de al lado, ¿dónde está el vecino del 5D?” gritó uno de los bomberos. Mis ojos brillaron de felicidad. “Acompañeme” me dijo sonriente la estatua griega de dos metros. Me hubiera gustado contestarle: “Hasta el fin del mundo donde las vergas erectas te sonríen y los culos generosos y abiertos te dan la bienvenida” pro me conformé con un tímido “Claro“. “¿Cómo te llamás?” me preguntó. “Adrián”, le contesté. “Adrián, voy a pasar mi manguera por tu ventana a la del vecino para extinguir el fuego, ¿estás de acuerdo?” me dijo muy serio. “Pasame tu manguera por donde quieras” le respondí más serio todavía. ¡Pero qué atrevido!
Él sonrió y sin mediar palabra entró al departamento, me puso contra la pared, se bajó más el cierre, me arrancó el pantaloncito y me dijo al oído: “me calienta mucho todo esto”. Y sin reparo penetró mi culo sediento sin decir una palabra más. El movimiento era candente, pasos apresurados se escuchaban en el pasillo, las sirenas seguían con su canto bestial y yo gemía como una lolita de Navokov.
Uno de sus compañeros abrió la puerta de par en par y, como en un ritual que repetían con la excusa de las llamas, sacó su verga morena y gruesa y comenzó a apretarla sin pudor vigilando que nadie más viniera. Yo, mientras tanto, me sacudía con el descamisado, gozando de esa verga poderosa que destilaba venenos lactescentes en mis cavidades. En el fondo del pasillo, con profundas gotas de sudor que caían sobre las gafas de nerd, el vecino del depto chamuscado espiaba la escena anonadado. El bombero morocho y fuerte le hizo señas para que se acercara, y mi vecino se pegó de su verga mamando lentamente y apretando los labios.
La leche explotó de ese gran par de vergas y no fue necesaria más agua para calmar las llamas. Ahora el cielo se llenaba de un humo grisáceo y el edificio todo se apaciguaba. Los bomberos se acomodaron los uniformes, y mi gran macho selló la noche con una palmada a mi culo solidario. “Gracias” fue lo único que alcancé a decirle al vecino nerd que, a pesar de haberlo perdido todo, me respondió con una sonrisa de oreja a oreja.
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Koch