A Verlaine, julio de 1873 Londres, viernes por la tarde.
Vuelve, vuelve, querido amigo, único amigo, vuelve. Te juro que seré bueno. Si me he mostrado desagradable contigo, fue tan sólo una broma; me cegué, y me arrepiento de ello más de lo que puedes imaginar. Vuelve, todo estará totalmente olvidado. ¡Que desgracia que hayas tomado en serio esta broma! No paro de llorar desde hace dos días. Vuelve. Sé valiente, querido amigo. Nada está perdido todavía. (…) No me olvidarás ¿verdad? No, tú no puedes olvidarme. Yo te tengo aquí siempre. Di, contesta a tu amigo ¿acaso no volveremos a vivir juntos los dos? Sé valiente, contéstame pronto. No puedo quedarme aquí por más tiempo. Oye sólo lo que te dicte tu buen corazón. Dime pronto si tengo que reunirme contigo.
A ti, para toda la vida. Rimbaud.
Arthur Rimbaud y Paul Verlaine, poetas malditos en una relación maldita. Juntos vivieron literalmente Una Temporada en el Infierno.
Mucho se ha escrito sobre la voraz y apasionada relación homosexual que escandalizó a la sociedad parisina de finales de siglo XIX. Sin lugar a dudas, el prurito y desagrado que despertaban era a causa de la oscuridad moral que reinaba los ánimos de ese tiempo. Ni se salvaron de la mirada acusadora de sus colegas poetas. Y es que ser homosexual en la Francia decadente del siglo XIX era ser “sodomita”, término homofóbico heredado de la cultura judeo-cristiana designado a quienes “incurriesen” en prácticas sexuales que se “desviaran” de la heteronormatividad cristiana como el sexo anal, oral y el sadomasoquismo.
Ellos iban mucho más allá: desfilaban agarrados de la mano por las calles de París, ebrios de locura, hachís y alcohol, y nunca ocultaron su fascinación por el otro. Ni Verlaine con su esposa -ya avanzada la relación con Rimbaud- ni este último que ha donde fuese pregonaba su amor por él a los cuatro vientos. Arthur insistía en que había que reinventar el amor. De hecho en uno de los diarios del círculo parnasiano apareció escrito con ironía que era frecuente “ver a Verlaine cenando con la señorita Rimbaut”, ante lo que el niño rebelde comentó que la frase le parecía maravillosa porque bien se servía de ser la “señorita” de Verlaine, lo que le molestaba era que su apellido estuviese mal escrito. Eran mal llamados la pareja de “sodomitas”.
Sin embargo, la relación de dos años tuvo anécdotas más tremebundas que bullying homofóbico. Sus álgidas noches de bohemia y agitación se veían interrumpidas por desagradables escándalos y discusiones que el alcohol empeoraba. El tormentoso viaje de estos dos albatros comenzó en septiembre de 1871 cuando un experimentado Rimbaud de diecisiete años, con varias fugas de casa y grandes poemas en su haber -entre ellos El barco ebrio-, contacta a un casado Verlaine de veintiséis, que ya contaba con prestigio en los círculos literarios de París y esperaba un hijo de Mathilde, su adolescente esposa. Arthur estaba tan harto de su minúsculo pueblecillo, tan inferior a sus ideas, que buscaba ansioso un camino hacia la capital del mundo, de la cual años más tarde se aburriría por tanta parafernalia. Paul le ofreció hospedaje, un lugar en el ambiente artístico y, posteriormente, su cama y su corazón:
Monta sobre mí.
Monta sobre mí como una mujer,
lo haremos a “la jineta”.
Bien: ¿estás cómodo?… Así
mientras te penetro -daga
en la manteca- al menos
puedo besarte en la boca,
darte salvajes besos de lengua
sucios y a la vez tan dulces.
(…) Tu culo sobre mis muslos
lo penetran con su dulce peso
mientras mi potro se desboca
para que alcances el goce.
(…) Es mi precio
poner cuanto antes tu glande
pesado y febril entre mis labios,
y que descargue allí su real marea.
Leche suprema, fosfórica y divina,
fragante flor de almendros
donde una ácida sed mendiga
esa otra sed de ti que me devora.
Paul Verlaine (1844-1896).
Ya en 1872, Paul estaba completamente prendado. Había dejado su estilo de vida burgués heterosexual para plagar las noches parisinas de borracheras, juergas, hierbas alucinógenas y mucho sexo homosexual. Su esposa le reprochaba la revolucionaria relación que sostenía con Rimbaud, a lo que Verlaine respondía con violencia, incluso contra su hijo recién nacido, en acaloradas discusiones que terminaron exiliando a la pareja de poetas en Londres. Emprendieron entonces un viaje infernal del que no se salvarían. Y entre idas y vueltas, intervenciones de Mathilde y el maltrato despótico del niño terrible a su hombre amante nació la célebre Una Temporada en el Infierno e Iluminaciones, la última obra del rubio precoz adolescente.
Trailer “Total Eclipse”.
En 1995, la directora polaca Agnieszka Holland (“Europa, Europa”-1991) dirige la película “Total Eclipse” que presenta una versión histórica de la tumultuosa relación entre los poetas. Leonardo DiCaprio interpreta a Arthur Rimbaud y David Thewlis a Paul Verlaine.
Es así como los esposos infernales no pudieron sortear la tormenta que les rodeaba, por un lado, la sociedad en la que vivían no estaba preparada para ellos, y por el otro, estaban en una encrucijada: Paul sentía una culpa inmensa por abandonar a su familia y no se decidía por Arthur, -aunque lo amaba profundamente-, y el adolescente era etéreo, un espíritu libre e incomprendido al que no se le podía poner límites. Arthur Rimbaud fue el trasegado poeta vidente que no dudó nunca en abandonar todas sus posturas, incluso las de amante y poeta. Finalmente, ambos se abandonaron después de esos dos años tormentosos. Al rubio poeta lo encontró la parca precozmente -como todo en su vida- a los treinta y siete años con una pierna amputada después de haberse exiliado en Africa para traficar armas. Por su parte, al “Príncipe de los Poetas”, al Sr. Verlaine, le llegó en un sucio cuartito alquilado a los cincuenta y dos, con sífilis, ahogado en alcohol y seguramente pensando en su niño terrible.
Soneto al agujero del culo.
Oscuro y fruncido como un clavel violeta
respira, tímidamente oculto bajo el musgo;
el licor del amor todavía lo humedece
y fluye por el leve declive de las nalgas.
Filamentos parecidos a lágrimas de leche
lloran ante el aciago soplo que los arrastra
a través de guijarros de abonos arcillosos
hacia el declive que los reclamaba.
A menudo mi boca se acopla a su ventosa
y allí mi alma, del coito material envidiosa,
cavó su lagrimal feroz, su nido de sollozos.
Es la argolla extasiada y la flauta mimosa,
tubo por donde baja el celestial confite,
Canaán femenino de humedades nacientes.
Arthur Rimbaud (1854-1891).
– Koch